Árbol Gordo Editores

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Espasmo (Microalmas)

Ahí van los zombis del amor, arrastrando los pies, mirando la pantalla del celular con los ojos clavados en una foto, en un avatar, en una última conexión. No los culpen. Les rescato el optimismo, les recato esas ganas de enamorarse. Les rescato esa seguridad visceral con la que dieron el primer beso, con la que dijeron te amo, con la que supieron que no se la iban a bancar si no era para siempre pero igual se animaron.

Lo que pasa es que la ciudad se hizo muy grande como para encontrar el amor a la vuelta de la esquina, en el café de Malabia, en un departamentito camino al museo sobre Austria casi Las Heras. Los zombis tuvieron que maquillarse y posar con su mejor ángulo para la foto de perfil de una red social enorme llena de fotos de perfil de personas posando con su mejor ángulo, donde uno puede elegir a la gente como mercadería exhibida en la góndola del chino de la esquina.

El zombi quería un espasmo de amor y aceptó las reglas del juego. Quería sentirse vivo. Salió a cenar, se rió en la plaza, agarró una mano en el cine, tuvo vergüenza de sacarse el calzoncillo por primera vez, desayunó en cama ajena, se lavó los dientes con el dedo, se tomó un bondi con la ropa de anoche, se tomó un vino  un martes en un bar y faltó al laburo y se tomó el tiempo para detener todo el ruido de la ciudad y amar un rato. Un ratito, por lo menos. Porque el zombi no es siempre zombi. El zombi se vuelve zombi cuando lo muerde la tragedia: una desaparición, una mudanza repentina, un regreso, una piña, un bloqueo en Facebook, un ex novio que resucita, un descubrir que no quiere tener hijos, un descubrir que odia los animales. No podés odiar los animales, flaco.


Y ahí está el zombi, arrastrando los pies, mirando la pantalla del celular con los ojos clavados en su foto. En su avatar de Twitter. En su última publicación de Instagram. En su última conexión del chat. Aun así, todavía le banco las ganas de enamorarse. Le banco las ganas de enamorarse a cualquiera. Enamorarse es como el primer rayo del sol que te golpea la cara cuando salís del subte una mañana de invierno.  Al fin y al cabo, uno no no es culpable de lo que ama, sino de lo que perdona. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Ruido

Cuando tenés ataques de ansiedad, amar puede ser una trampa. El corazón se acelera como esa vez que me subí a la vuelta al mundo en un parque de diversiones de Brasilia, con el cielo limpio sobre la cabeza y el concreto que se acerca y se aleja a la velocidad de las alas de un pájaro que se escapa. Tus piernas se mueven todo el tiempo (aunque estés sentado) y tu panza no se llena de mariposas, sino de hamsters que corren como locos en rueditas de metal oxidado que hacen mucho ruido. Querés decir todo al mismo tiempo porque los segundos de silencio te angustian y sentís como si las orejas te ardieran de la nada. Te tiemblan las manos cuando armás un cigarrillo y te tiemblan los ojos cuando mirás una foto y te tiembla la voz cuando decís un nombre y tu cabeza se llena de luz y de ruido, como si tu cerebro fuera una playa de una ciudad balnearia donde todas las noches se festeja el Año Nuevo.

Casa desmantelada

Situación: edificio de un banco importante en microcentro, mediodía. Pasaba por la puerta yendo a dejar unos papeles y veo al bigotudo de saco llegar con cara de culo.
-Les dije que saquen todos estos cartones de acá-, le gruñó al guardia de la entrada.
-Pero, señor, no puedo sacarlos. Ahí duerme alguien a la noche.
-¿Y a mí qué me importa?
-Señor, ¿a usted le gustaría llegar a su casa y que se la hayan desmantelado?
Guardia desconocido, quiero ser tu amigo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Nina

Volvía caminando y pasé junto a una piba y su pibito, que revolvían la basura y clasificaban con paciencia los reciclables. Me vuelvo cuando escucho que alguien la llama:
-¡Nina!-, dijo el cincuentón de pelo blanco, acomodándose la bufanda. -¡Nina! ¿Sos vos?
Nina apartó la vista de su trabajo y cuando miró al hombre pude notar cómo se le llenaban los ojos de lágrimas rápidamente.
-¡Doctor!-, dijo Nina, y salió corriendo y lo abrazó fuerte, como quien abraza a un padre que no ve hace mucho.
-Nina, ¿pero qué te pasó?
(A esa altura yo simulaba esperar en la puerta de un edificio mientras mandaba un mensaje. Soy un chusma.)
A Nina lo que le pasó es que el papá del pibe la echó a la mierda, la dejó en la calle, sin un peso, sin un pañal, sin una lata de leche. Había una Nina nueva, una que seguro no tenía hijos ni el cuerpo que tienen las mamás después de parir.
-Pero, no entiendo... ¿por qué no me buscaste? ¿por qué no me avisaste?
Nina trabajaba en la casa del Doctor, pero un día apareció este muchacho, prometiéndole todas las cosas que a Nina la habían llevado a dejar su trabajo y mudarse con él. Después llegó el nene. El doctor no lo conocía, pero eso no le impidió alzarlo y jugar con su cabello mientras Nina le contaba lo mal que la había pasado los últimos años. No dejaba de llorar, y el pibito le preguntaba mami qué te pasa un poco asustado.
-¿Por qué no me buscaste, Nina?
-Porque me daba vergüenza-, confesó, mirando el piso y secándose los mocos con la campera vieja.
-Juntá tus cosas y acompañame, tengo el auto acá a la vuelta-, dijo el Doctor, sonriendo.- Quedate tranquila, ya te vamos a encontrar algo.
Sonreí y me alejé calle arriba, contento porque Nina y su pibito esa noche se habían reencontrado con el ángel de la guarda. Contento porque, después de un día desesperanzador, en un rinconcito oscuro de Villa Crespo recordé que la magia sí existe.

Los perros

A veces pienso que somos como los perros.
Crecí en un barrio donde había muchos perros. Todo el mundo tenía perros. Nosotros teníamos como seis.
Cuando iba a tomar el colectivo, uno de mis perros siempre me acompañaba y por el camino se cruzaba con todos los otros. La mayoría nos ladraba porque no conocían a mi perro.
Pero, cada tanto, aparecía uno que nos movía la cola y se quedaba jugando con nosotros. No nos conocía, pero le chupaba un huevo y se acercaba sin miedo.
Hay que ser ese perro.

No parecés gay

Qué cosa que me pone incómodo el "no parecés gay". La gente lo usa mucho. Vos seguro que lo usaste un montón de veces. Te dicen que no parecés gay como si fuera un halago. ¿Qué tengo que responder? ¿Con un gracias alcanza? ¿O te tengo que decir "vos no parecés hétero" y cagarnos a trompadas? No parezco gay porque en tu imaginario yo tendría que ponerme un regio vestido de lentejuelas y salir a la calle y así parecer bien gay. No parezco gay porque nos cruzamos en la oficina y no en esas fiestas electrónicas donde van todos los gays a parecer gays. No parezco gay porque a vos te educaron para pensar que parecer gay es malo, ¡y serlo ni te cuento! pero vos me tomaste cariño, y la verdad es que no querés que yo parezca gay. Por favor, tomen nota: "No parecés gay" no es un halago. Además es como el "estás más flaca": nunca es cierto. *tira brillantina*

Bondi

Lo injusto de enamorarse es no saber lo que le pasa al otro. Es difícil de explicar, pero se parece mucho a esperar el colectivo en una esquina donde no sabés si hay parada. Y ahí estás vos, solo, cagado de frío, con los brazos cruzados y los ojos fijos en la calle que baja hasta el centro. Y ves el colectivo a quince cuadras, y te ponés contento, pero al mismo tiempo te preocupa estar en la esquina equivocada. Y el colectivo está a diez cuadras, y tratás de buscar algún indicio de que estás esperando en el lugar correcto. Ocho cuadras. A ver si no para más allá. Cinco. Dos. Levantás el brazo, ya estás jugado. Todo parece indicar que estás parado en el lugar correcto, pero todavía te incomoda esa amarga ficción en la que ves pasar el colectivo, ignorándote, mientras todavía tenés el brazo levantado y cara de boludo.